Crisis? What crisis?

Cuando el grupo británico Supertramp publicó el célebre álbum que da título a este artículo de opinión la crisis del 29 no era más que un vago recuerdo de tiempos pretéritos. Igualmente, la  primera crisis del petróleo del 73 comenzaba a tener visas de solución o,  cuando menos, existía cierto acuerdo sobre las medidas a adoptar para solucionar algunos de los problemas económicos planteados a raíz del fuerte incremento de los precios del petróleo.

Si las razones subyacentes de una crisis económica son discernibles, al igual que ocurre con una enfermedad claramente identificada en el ser humano, es relativamente fácil aplicar medidas que faciliten la restauración del equilibrio de los sistemas económicos. Sin embargo, cuando en la etiología de una enfermedad concurren múltiples causas, éstas están interrelacionadas y sus efectos son multiorgánicos, las soluciones médicas son más complejas y de muy difícil concreción. Si a esto le añadimos la hipótesis de que el agente patógeno causante de la enfermedad ha sido tradicionalmente considerado como uno de los grandes promotores de la salud corporal de los individuos, estamos ante un escenario kafkiano que invalida el uso de estrategias clásicas de afrontamiento de la enfermedad y que requiere de planteamientos más propios del Dr. House que de los manuales de medicina.

De forma similar al ejemplo anterior, en España la actual crisis económica no es una crisis ordinaria. Basta con recordar que, no hace muchos años, la negación de la evidencia por parte de algunos políticos supuso el inicio de una crisis de confianza institucional que se ha acentuado con el tiempo. Más recientemente, si al incumplimiento de promesas electorales –donde dije digo, dije diego- unimos los comportamientos poco éticos de algunos de los supuestamente representantes de la clase política y empresarial, no nos debe extrañar que la opinión pública comience a cuestionarse no sólo la verdadera utilidad de algunos de los pilares en que se fundamenta la convivencia democrática en los países más desarrollados, sino también  la adecuación del tratamiento recomendado por los expertos para salir de la crisis (¿alguien puede defender que la situación griega ha mejorado de manera importante tras años de tratamiento?).

Puesto que la actual crisis parece que no es sólo de naturaleza económica, teniendo un importarte componente ético y moral, entendemos que la salida de la misma sólo será posible si se produce una profunda transformación de las formas de entender y hacer política y negocios. Si, como dice la sabiduría popular, para cambiar el mundo las personas deben cambiar; en el nuevo marco se surja tras la crisis ni la especulación, ni el fraude ni los comportamientos faltos de ética deberían tener cabida en las agendas de la ciudadanía. Más bien, tales formas de actuación debería ser perseguidas y castigadas duramente,  por lo que gobernantes e instituciones nacionales y supranacionales están perdiendo un tiempo precioso al no tomar medidas que sienten las bases de lo que será el nuevo marco de relaciones socio-económicas. Esperemos que no sea demasiado tarde para que este deseo sea una realidad en la práctica.

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