La Calidad

Como es sabido, el objetivo fundamental de cualquier empresa es la maximización de los beneficios, vender todo el producto que sea posible y hacerlo a un precio que supere cuanto pueda sus costes. Cualquiera que tenga las claves para lograrlo tiene garantizado el éxito de su empresa, por lo que no es de extrañar que sean muy numerosos los estudios que tratan de descubrir indicios relevadores de este misterio, hasta el punto de haberse convertido en una ciencia, y para algunos, incluso, en un arte.

Desde que soy empresaria me he preguntado dónde deberíamos poner el acento en nuestro negocio para tratar de alcanzar ese objetivo, y he observado dónde lo ponen lo demás con la misma intención. Para otros serían muchas las posibilidades: compra de materias primas a bajo coste, reducción al máximo de los costes de producción, logística y distribución impecables, marketing agresivo… Sin embargo, aunque todas ellas pueden ser tenidas en cuenta, en nuestra empresa siempre nos decantamos por dar prioridad a lo que consideramos la verdadera piedra filosofal de éxito en el mercado: la calidad del producto. 

Soy consciente de que la calidad no es una condición sine qua non para la obtención de los mejores resultados empresariales; sin duda hay otras vías. Pero estoy convencida de que es lo que provoca mayor satisfacción en el cliente, y eso para el buen empresario también debe serlo. Porque cuando el objetivo de la empresa coincide con el objetivo del consumidor se cierra el círculo mágico en el que todos ponemos cada día nuestro empeño.

Las grandes empresas suelen contar en su estructura organizativa con departamentos de calidad, que analizan con regularidad que sus productos reúnen las cualidades mínimas establecidas para ser puestos a la venta bajo una determinada marca. En cierta medida también cumplen esta función los consejos reguladores de las denominaciones de origen o las agrupaciones empresariales que otorgan sellos de calidad.

Sin embargo, en las pequeñas y medianas empresas, en las que los directivos tienen un contacto mucho más directo con los clientes o con los potenciales compradores, la calidad adquiere una dimensión diferente. Así, junto con la atenta selección de las materias primas, la cuidada elaboración, con un proceso riguroso de producción, y una comercialización en muchas ocasiones personalizada, el pequeño y mediano empresario debe poner en su trabajo diario la misma pasión que le impulsó a crear su empresa si quiere que la calidad sea lo que lo distinga permanentemente de los demás.

Ahora bien, como ocurre con otros muchos conceptos fundamentales en nuestra vida, con la calidad sucede que todos somos capaces de apreciarla, pero resulta muy difícil de definir en términos abstractos. Por eso debe ser una búsqueda constante en la empresa, un deseo por parte de cada uno de los que trabajan en ella de dar lo mejor de sí mismos para llegar a la excelencia. Eso hacemos nosotros. Porque la calidad es siempre el resultado de un trabajo bien hecho.

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