Subvenciones: un impuesto de sociedades al revés

Mi amigo Andrés “está en contra” de las subvenciones a las empresas. Según él, y no le falta razón, son un papeleo insufrible, su tramitación consume mucho tiempo y el resultado es muy incierto. Andrés es el propietario y gerente de una pequeña empresa de transformados plásticos localizada en una de las provincias de Andalucía oriental. Ha conseguido sortear a trancas y barrancas la crisis, factura algo más de un millón de euros y estima que pagará de impuesto de sociedades unos 16.000 euros este año. En 2015, la reactivación económica le animó a adquirir dos máquinas de inyección y una fresadora, lo que le supuso un desembolso de 175.000 euros. Además creó dos puestos de trabajo, de momento eventuales.

Pues sí, mi amigo Andrés despotrica de las subvenciones. Hace unos cuatro años tramitó una, no recuerda bien para qué y eso que fue él mismo quien hizo todo el papeleo. Sí recuerda que después de varias solicitudes de subsanación (que no siempre atendió en plazo) la Administración acabó denegándosela. “¡Qué falta de respeto para el trabajo del empresario!”, repite Andrés cuando se acuerda de la famosa subvención: “¿Es que no sabe la Administración que los empleos los creamos los empresarios…?”.

Volvamos al primer párrafo, al impuesto de sociedades. En su departamento de Administración trabaja Ernesto, un licenciado en Administración de Empresas. Es un profesional de primera, que lleva en la empresa más de 10 años. Entre sus funciones, la de hacer la contabilidad y el pago de impuestos. Entre otros, el de sociedades cada verano. Cuando Ernesto hace el borrador del impuesto se lo pasa a Andrés, que hace una revisión en profundidad. Además, luego, un asesor externo revisa la contabilidad y el impuesto de sociedades. Ya se sabe: seis ojos ven más que dos.

No es evidente que esas revisiones le hayan significado a la empresa un ahorro fiscal significativo hasta la fecha. Sí es evidente, en cambio, que Andrés paga la minuta religiosamente a su asesor. El coste existe.

¿No es incongruente el rigor con el que Andrés se toma la preparación y el pago del impuesto de sociedades año tras año con la “frivolidad” con la que ha gestionado las subvenciones públicas? ¿No sería apropiado pensar que las subvenciones públicas son “impuestos negativos”, es decir, ingresos, y que por lo tanto debe tratarlas con el mismo esmero que el pago de impuestos? 

A día de hoy, por ejemplo, está abierta la Orden de incentivos de la Agencia IDEA, de la que la empresa de Andrés podría haber obtenido una subvención de aproximadamente 32.000 euros. Es decir, dos veces el impuesto de sociedades que va a liquidar en el mes de julio.

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