El interés general
Domingo Funes Arjona

El interés general, como todos sabemos, es una expresión a la que le ocurre lo mismo que a otros conceptos indeterminados, esto es, que si bien coloquialmente conceptualizarlo puede ser más o menos sencillo, la cosa se complica cuando nos adentramos en las procelosas aguas de las numerosas corrientes filosóficas que aguardan detrás de cada idea, concepto o pensamiento humano. Podemos decir, sin más, que el interés general se corresponde con el bien común de una sociedad. Al margen de lo escurridizo del concepto cuando bajamos a la arena de la concreción y no digamos ya de la aplicación, lo cierto es que la mayoría de ciudadanos, no encuentra especial dificultad en discernir entre el que lo busca y el que lo rehúye. Viene esto a propósito de la sideral lejanía que se advierte entre la búsqueda del bien común y la actuación groseramente interesada de la mayor parte de nuestra clase política. No caeré en el simplismo de pensar que todos deben remar en la misma dirección siempre, pues la democracia no implica, afortunadamente, que todos pensemos igual, sino que arbitra una serie de reglas para luchar por el poder dentro de un determinado marco y cada uno desde sus convicciones. Lo que pasa es que en ocasiones tan dramáticas como la que estamos viviendo ahora, con una pandemia que está haciendo estragos, algunos pensamos que no estaría mal que la clase política pudiera suspender temporalmente el uso de determinados medios en su legítima aspiración de poder, ya sea para alcanzarlo, ya para mantenerlo, y ceder ante eso que hemos denominado interés general o bien común. Si esta situación que vivimos, con todas sus derivadas, no es la perfecta para que al menos mientras nos protegemos de semejante vendaval rememos por un momento en la misma dirección, no se me ocurre otra mejor. No se trata de eliminar la crítica, absolutamente imprescindible, ni la diversidad propia de un sistema democrático, sino de ponernos de acuerdos en establecer unas bases mínimas para afrontar esta difícil situación. A la luz del nivel de bronca tabernaria con el que nos desayunamos a diario, me temo que predico en el desierto, pero no me resigno a intentarlo.

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