A largo plazo todos estaremos muertos

Dicen los expertos economistas que, como consecuencia de la pandemia, viviremos unos años de tipos de interés razonablemente bajos y con una inflación que será consentida por los bancos centrales con el claro propósito de aliviar el peso de los fuertes endeudamientos en el que han incurrido (o van a incurrir) todos los agentes económicos, públicos y privados, para soportar la reducción de ingresos durante la pandemia y para posibilitar la inversión que debe ser el motor de la recuperación futura. Esta mezcla de tipos de interés bajos e inflación provocará lo que el economista J. M. Keynes definió como “la eutanasia del rentista” por cuanto que éste, el rentista, se verá desincentivado respecto a la liquidez y estará más motivado al consumo y/o a la inversión lo que deberá provocar un incremento de la demanda agregada activando la economía.

Al margen de cuáles sean las concretas teorías económicas aplicables (keynesianas, neoliberales, planificadas…) y las ideologías sobre las que se sustenten (capitalismo, socialismo, comunismo…), es evidente que hay un consenso en considerar que, en situaciones como la actual, es imprescindible actuar, no pudiendo dejarse al albur de los mercados los ajustes que hayan de hacerse y que serán las leyes de la oferta y la demanda las que, con el tiempo, efectuarán las oportunas.

Es aquí donde el planteamiento del economista John Maynard Keynes constituyó un auténtico cambio de paradigma a principios del siglo XX, que sigue siendo aplicable en el XXI. Y es que, más allá de sus teorías económicas, que básicamente consistían en una mayor intervención del estado con la intención de incrementar la demanda agregada y reducir el desempleo, lo que hay detrás de éstas es un planteamiento más de corte filosófico: no considerar los problemas económicos como fenómenos divinos o cósmicos que hay que soportar con estoicismo. De ahí su mítica cita de que “a largo plazo todos estaremos muertos” y la conclusión de que los estados no deben renunciar a tomar medidas (las que sean) para tratar de solventar los problemas del presente. Suponía este planteamiento un importante cambio respecto al pesimismo de los economistas clásicos, que estaban dispuestos a soportar las correcciones sin actuar, asumiendo que los mercados y las “manos invisibles”, corregirían todos los desajustes.

Sean cuales sean las teorías económicas que se defiendan, nadie parece cuestionar hoy día que es necesario actuar (para no utilizar el verbo “intervenir” que asocia otras connotaciones) para corregir el desempleo, la desigualdad y el resto de los efectos de la pandemia. Podrán considerarse que deben ser medidas de política monetaria (expansión monetaria como el “Quantitative Easing” europeo, el “Helicopter Money” de Milton Friedman o la teoría monetaria moderna), de política fiscal (como un mayor gasto e inversión pública, recorte de impuestos e incremento del déficit…) o de ambas, pero nadie cuestiona que hay que actuar y que no se puede esperar a que, a largo plazo, los mercados ajusten las ineficiencias.

José Manuel Cassinello Sola

Miembro de la Junta Directiva del Instituto Español de Analistas Financieros en Andalucía

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