Apetito ordenado de riqueza

Granada Económica • Opinión

Domingo Funes

Me divierte la gente que asegura, como le ocurre a mi amigo Alfonso, que hoy está justo encima de un servidor (en la página, oiga), que el mal de nuestro sistema es la codicia y que debería estar proscrita, enterrada en el mismísimo infierno, como si fuera el maléfico Anillo de Morgoth, del Señor de los Anillos, la celebérrima obra de Tolkien.

Cada crisis genera sus propios fantasmas, sus culpables, sus cabezas de turco y su seres mitológicos. En esta, tomando cuerpo hasta el punto de parecernos ya prácticamente humanos, encontramos a «la prima de riesgo», que es como el primo del Zumosol, pero con más mala leche; al «mercado», mutado a proceloso ponto, un ser insaciable, tormentoso, mitad hombre, mitad bestia, indómito;  y, como principio inspirador de ambos males tenemos a la antigua avaricia, hoy elevada a su máxima potencia en forma de codicia, que dice el diccionario no ser más que el deseo desordenado de riquezas. Si le hiciéramos caso a mi amigo, al que aprovecho para darle la bienvenida a esta sección, y la codicia o, mejor dicho, el que de ella quedara prendado, fuera penalmente perseguible y encarcelable, el desierto de Gobi sería un sitio muy transitado en comparación con el resto del mundo. El ser humano, desde la noche de los tiempos, solo ha hecho dos cosas de forma efectiva: multiplicarse y devorar recursos de todo tipo de forma salvaje. A lo mejor, la sostenibilidad que tanto se predica en nuestros tiempos no es más que conseguir ordenar ese apetito por la riqueza y todo lo que conlleva su obtención, siempre anhelada por el hombre. Ayer, hoy y siempre.

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